Anastacio Alvarez maneja su propio vehículo por Los Angeles, en un negocio que implica una fuerte inversión pero un buen retorno a largo plazo
Anastacio Alvarez lleva media vida detrás de un volante. La suya es la historia de la persistencia y la humildad, de un hombre que como taxista ha logrado sacar adelante a sus cinco hijos, licenciados universitarios casi todos, menos el quinto, que está en puertas de conseguirlo.
Su éxito esconde jornadas extensas llevando a sus clientes de una punta a la otra de Los Angeles, pero también un entramado complicado de entender, el de las grandes compañías de taxis, como la que ocupa a Alvarez, Yellow Cab, la más poderosa del sur de California y una que se vanagloria de tener representantes como este pequeño empresario hispano.
«La verdad es que todos hemos soñado en algún momento con ser nuestro propio jefe, con no tener que depender de ningún patrón, y eso mismo que he conseguido a través de mi taxi con Yellow Cab», explica Alvarez desde su residencia familiar, plagada de fotos de sus hijos y sus nietos.
A sus 60 años, se toma las cosas con calma. No tiene presión de facturas ni de horarios. Es el dueño de su propio taxi amarillo, que maneja de cuatro de la mañana hasta el mediodía, para después cederle el turno a su empleado, que a razón de 350 dólares a la semana se gana el derecho de usar el vehículo de Alvarez.
Su vida laboral es sólida como una roca, aunque para llegar a ese punto tuvo que dar muchas vueltas. Empezó trabajando en un parqueadero y en eso estuvo 14 años, después de haber llegado a Los Angeles en mayo de 1979, «engañado, como suele suceder». Lo dice porque los comienzos fueron duros, sin encontrar empleo durante los tres primeros meses.
Una enfermedad y la imposibilidad de moverse rápido le llevó a considerar el taxi. Un amigo le sugirió esa posibilidad y comenzó a probar. «Al principio no lo veía claro porque nunca había visto a gente tomando un taxi por la calle. Pero me convenció y lo probé en el Este de Los Angeles. Me gustó y compré un taxi, que me costó 6.000 dólares con permiso para la ciudad de Commerce», explica.
Ya en 2005 se incorporó a Yellow Cab con la idea de quedarse con media licencia de uno de los vehículos.» Entonces pagué 17.500 dólares de los 35.000 que costaba». Hoy, la licencia es suya, a la que le saca un buen rendimiento.
«Me gustó mucho por la cantidad de contactos. El negocio comenzó a ser muy bueno, por el hecho de poder ir a recoger gente a los hoteles. Cuando vine aquí entendí que este negocio puede ser rentable. Entonces ganaba unos 400 dólares a la semana, que no era mucho, pero después comencé a mejorar un poco».
Alvarez es un hombre honrado y humilde, con su pequeña empresa que consiste en un taxi por el que le pagan 350 dólares a la semana más lo que saca él cada día en sus muchas horas de trabajo.
«Pero hay gente que conozco que tienen 12 taxis, con una entrada fija de unos 800 dólares a la semana. Así que imagínese la cantidad de dinero que pueden llegar a manejar», explica este michoacano.
Sin embargo, no todo es oro lo que reluce. Hay que descontarle los gastos de mantenimiento del vehículo, llantas, cambios de aceite y las inevitables averías mecánicas, además del pago a Yellow Cab por la pertenencia a la franquicia. «El nombre cuesta dinero porque ellos consiguen clientes y prestan un servicio», justifica Alvarez.
Aunque ya ha cumplido con creces las metas financieras que se planteó cuando cruzó la frontera, su sueño sería tener otro taxi, aunque es consciente de que las licencias están a un precio difícil de alcanzar para la mayoría de los mortales. Por un taxi de Yellow Cab, se pueden pagar 135.000 dólares, un negocio en el que pagas por ir a trabajar pero que a largo plazo supone una inversión más que rentable.
«Me siento muy orgulloso de darle empleo a un amigo. Y hasta ahí vamos bien. Con no tener que ‘ponchar’ tarjeta ya tengo bastante». Es un hombre feliz.