Robert Molina ha logrado darle un toque de exclusividad a «Roxanne’s», uno de los locales de moda de Long Beach

Robert Molina no parece un hombre ambicioso a primer golpe de vista. Pero detrás de su aire tranquilo coronado con un sombrero estilo Panamá, hay un padre de familia, dueño de uno de los locales de moda de Long Beach y un empresario con otras dos ocupaciones paralelas.

Desde muy joven asumió el rol de ayudar a sus padres, ambos de origen salvadoreño, a sacar adelante la familia continuando el negocio del transporte. Después se dedicó al asunto de la inversión en los mercados bursátiles, y ya con cierta tranquilidad financiera en el bolsillo, se decantó por abrir un local, mitad restaurante, mitad barra de cocteles, tragos y baile en una zona de mucho ambiente de Long Beach.

«Era un sueño y me lancé a hacerlo realidad», dice con un moderado acento de orgullo este oriundo del Este de Los Angeles. Se llama Roxanne’s y está ubicado en el 1115 E. Wardlow Rd, un local con patio para los comensales de mediodía y la noche, y con una zona para jugar al billar y tomarse uno de los cocteles que ofrece en el menú.

«La idea era recuperar el espíritu original del bar, que abrió en 1944 ofreciendo cocteles», explica. Tras esa etapa, se fue convirtiendo en algo más vulgar, pero ahora Molina lo ha dotado con un estilo que es único en Los Angeles.

Puede presumir de ser uno de los pocos que sirve bebidas con ingredientes frescos. «Es decir, que el jugo de limón, o el kiwi o cualquier otro ingrediente se hace en el momento, sin que sea procesado».

Después está el menú de la barra, atípico para un lugar así donde los calamares fritos o las hamburguesas suelen ser la norma. En Roxanne’s el menú tiene un innegable acento latino, con chile relleno, tamales de pollo y pupusas, como no podía ser de otra forma con su madre imponiendo sus costumbres en la cocina.

Y para terminar el gran secreto del local, el llamado The Exhibition Room, un reservado para clientes especiales al que se accede llamando a un teléfono antiguo y que alberga un museo en homenaje a las barras de Long Beach. «Queríamos hacer algo diferente, un sitio que fuera una experiencia, y con esto lo hemos logrado».

El ambiente en esa sala de madera con un barra de impresión, es algo distinto, con un aire a «La descarga» en Hollywood y el toque perfecto para no olvidar el lugar.

Molina está contento de que el local funciona y que ha podido recuperar la inversión tras meterle 300.000 dólares, un esfuerzo que merece la pena y que le está dando una presencia en la comunidad. «Gracias a este sitio tengo una voz y una presencia, algo que siempre he querido. Además puedo socializar y disfrutar de la gente. Es el negocio perfecto para mí».

 

 

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