Imagen de familia en una cocina

La recesión ha obligado a miles de familias a cambiar sus hábitos de consumo, tanto, que ahora se valora más lo que se compra. Ser feliz radica en invertir el dinero de forma inteligente.

Puede que sea cuestión de economía o de eficiencia. O quizá de las dos, pero el caso es que Tammy Strobel y Logan Smith, un matrimonio cualquiera de clase media en California, decidieron abandonar la espiral de consumo a la que estaban habituados y dar un giro radical a su vida en lo financiero y lo espiritual, según cuenta una historia del New York Times. Inspirados por libros y páginas de internet que les animaban a ser felices con menos y a reducir el gasto a la mínima expresión, vendieron o donaron gran parte de sus cosas —incluido el televisor, que meses antes había terminado metido dentro de un armario de mutuo acuerdo— y se mudaron a otra ciudad con menos problemas de desplazamientos como la típica en California —pongamos Los Angeles— a un espacio más reducido, unestudio de 40 metros cuadrados con una amplia cocina.Ahora, ganan menos pero les alcanza para vivir y lo más importante, han conseguido eliminar una deuda de 30.000 dólares en tarjetas de crédito, algo que impresionó a sus padres después de que los acusaran de estar locos por el nuevo planteamiento de vida.

“La idea de que tienes que gastar más para ser feliz es falsa”, asegura Strobel. “Estoy convencida de que la adquisición de bienes materiales no trae la felicidad”.

Aunque Strobel y su marido decidieron cambiar de tendencia justo antes de la recesión, otros millones de familias se han visto obligadas a adoptar el mismo hábito forzados por los despidos y la pésima situación económica, lo que ha traído a la fuerza un cambio —necesario para muchos— en la manera de consumir del estadounidense medio.

“Estamos pasando del consumo exagerado, que significa comprar sin cargo de conciencia, a un consumo calculado”, asegura Marshal Cohen, un analista de una firma especialista en ventas al por menor.

Por eso, el nivel de ahorro ha alcanzado niveles históricos en Estados Unidos, con una cifra que se ha situado en el 6.4 por ciento del total de ingresos de las familias americanas.

También es muy bueno el hecho de lo que afirman los estudios, que ven mayor felicidad en el consumidor con lo que compran, además de invertir más dinero en experiencias que en objetos en sí, como viajes, un concierto o una clase de cocina, que se mantienen durante mucho tiempo en la memoria más que algo material.

Parece que la crisis, dentro de lo malo, ha dejado conclusiones interesantes, como ésta de que el dinero no siempre da la felicidad y que todo depende en cómo se invierta.

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