Juan Carlos Eguiluz ha florecido al otro lado de la frontera con una cadena de restaurantes argentinos, un reflejo del movimiento que no cesa en la ciudad mexicana
La Tijuana de Juan Carlos Eguiluz no tiene nada que ver con la que proyectan los noticieros de medio mundo. Es un hombre feliz y ocupado con su cadena de restaurantes argentinos, Cheripan, y da fe de que en 12 años que lleva instalado en la ciudad fronteriza, nunca le ha pasado nada.
«Es más mediatico que la realidad», dice este empresario, que llegó a la ciudad mexicana en el año 99 como comercial de una compañía, Inglés sin Barreras, y que desde entonces ha florecido con su propio modelo de negocio. «Fue la única vez que trabajé para alguien y aprendí mucho».
El suyo es un restaurante conocido, uno de los más prestigiosos de la ciudad, de comida típica de su país y «para clientes con buen paladar», como explica Eguiluz con una sonrisa dibujada en el rostro. Un ejemplo de cómo está evolucionando financieramente la ciudad de mayor crecimiento del país y de cómo no sólo Estados Unidos es un buen lugar para hacer negocios.
Eso pese a que el destino inicial de Eguiluz fue ese, Estados Unidos. Emigró desde Buenos Aires a Los Angeles empujado por la difícil situación en Argentina. Después, surgió la oportunidad de trabajar en Tijuana para abaratar los costos de la empresa, y Eguiluz no lo dudó.
«Al principio cruzaba todos los días, me daba media vuelta hacia Chula Vista para dormir allí, por miedo, pero luego aprendí», relata. «He vivido siempre en el tercer mundo. Fui aprendiendo a dónde hay que ir y a dónde no».
«Tenía como meta poner un restaurante en Estados Unidos en el 2005, después de haber tenido negocios similares en Argentina, casi desde pibe, desde que tenía 19 años. Siempre he sido un emprendedor», explica.
Cuenta que eligió Tijuana para su aventura empresarial «porque es menos riesgo. Y si te equivocas, duele menos la caída». La inversión inicial fue de 60.000 dólares, con un menú mucho más argentino que con el tiempo ha ido cambiando.
El primero era un local pequeño, y al año tenía una hora de fila esperando, en la mejor zona de la ciudad. «El círculo social es muy reducido y me tocó trabajar con la clase alta de la ciudad, todo gente local porque el turismo ha caído mucho».
Y no es que sus restaurantes no estén abiertos a todo el mundo, pero nada más entrar se respira el ambiente diferente del lugar. Son sitios agradables y con clase. De hecho, en la lista de restaurantes de Tripadvisor, figura en segunda lugar.
Todos han mantenido el estilo. Ahora son tres. El primero se abrió en octubre del 2002, después se transformó en un local mucho más grande en 2005, para dar de comer a 350 personas, y ahora tiene otros dos, uno en un moderno centro comercial y otro en Otai, una zona industrial cerca del aeropuerto, donde están todas las grandes fábricas, con el mismo menú y trabaja con empresarios y ejecutivos.
«Soy vendedor por naturaleza. En cuanto te clavo el diente, el cliente ya no se va», dice con confianza. «¿Qué vendo que no tengan en otra parte? Lo que hace un negocio exitoso no es la comida solamente, ni los precios, sino el conjunto de un montón de cosas. Trato bien a la gente y estoy atento».
Su meta es seguir abriendo locales. «Cuando abrí el primero le dije a todo el mundo que éste era el número 40, porque contaba hacia atrás, y ahora estoy en 37». Le queda mucho camino por recorrer en la otra cara de Tijuana, la menos conocida.