La crisis ha conseguido invertir los términos. Ahora, los que mandan remesas a casa son los modestos para que sus familiares tradicionalmente pudientes puedan subsistir.
Como Leonardo Herrera, un ranchero residente a las afueras de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas, que hace poco vendió una vaca para mandarle 1,000 dólares a sus familiares en Carolina del Norte, según un informe del diario New York Times.
Es el reflejo de la grave crisis económica que todavía atraviesa Estados Unidos y que ha dejado a miles de inmigrantes sin trabajo y sin medios para mandar remesas a casa. Todos los estudios de remesas confirman la tendencia de descenso por primera vez desde que se miden estos envíos.
Según el último estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, un 36.6 por ciento de los mexicanos admite que este año mandará menos dinero que en 2009, un descenso que a buen seguro hará mucho daño a miles de familias.
La cifra, que en su mejor momento alcanzó los 26,000 millones de dólares que llegaron a México, apenas supera ahora los 25,000 millones, un descenso que se ha notado y mucho en numerosos hogares.
Y aunque no hay cifras concretas que midan los casos de mexicanos mandando dinero hacia el norte, cada vez se dan más historias de ese tipo. María del Carmen Montufar, también de Chiapas, ha conseguido juntar fondos entre su marido y otros miembros familiares para mandar dinero —en cantidades pequeñas de 40 hasta 80 dólares— para ayudar a su hija Candelaria y su marido, ambos desempleados desde hace meses y con un hijo recién nacido. Hasta ocho veces les han enviado dinero este año.
“Cuando ella está trabajando nos manda dinero”, explica María del Carmen. “Pero ahora, como no tiene trabajo, somos nosotros los que le mandamos a ella”.
Aunque es algo extraño, parece ser una tendencia en aumento. Desde uno de los bancos locales, Edith Ramírez confirma que unos 50,000 pesos mensuales salen del Banco Azteca en San Cristóbal de las Casas en dirección a Estados Unidos. “Y desde allí solo recibimos unos 30,000 pesos mensuales”.
Los pobres se hacen más pobres en esta crisis, aunque todo parece radicar en lo relativo del concepto. Pese a la situación de miseria en la que viven millones de mexicanos en el campo, muchas de esas familias viven en tierras que poseen y de las que nadie les puede echar por falta de pago. Nada que ver con la situación de gentes como los hijos de Sirenia Avendaño, que trabajan sirviendo mesas en un restaurante de la Florida y que a raíz de la crisis han visto sus horas reducidas.
Corren el riesgo de no poder pagar la renta y de quedarse en la calle. “A nosotros nos pueden echar de esta casa”, dice con lágrimas en los ojos. Por eso ha empezado a vender chiles rellenos en la calle para ayudar a sus hijos.
Es otra de las historias dramáticas que está dejando la crisis, que está minando muchas esperanzas.