Angélica Arreola, una empresaria mexicana, ha abierto «Mon Petit Chateau», un centro de recreo para niños con mucho que hacer para los padres
Angélica Arreola ha hecho una apuesta por la educación de alta calidad en Chula Vista. Pocos lugares para niños —o ninguno en esa zona del sur de California— pretenden entretener, educar y hacer una pequeña inmersión en francés como Mon Petit Chateau, un lugar de recreo para pequeños que ha sido acogido con ganas por muchas familias del área.
El concepto surgió de la pura necesidad de Arreola, madre mexicana de cuatro hijos, nacidos todos en invierno, y sin un lugar concreto para llevarlos a jugar entre semana y durante el fin de semana o para celebrar su fiesta de cumpleaños.
Lo que en principio iba a ser un centro preescolar se acabó convirtiendo en un negocio diverso, una especie de competencia de grandes cadenas como «Under the Sea» en Los Angeles pero un concepto todavía en expansión en San Diego y sus alrededores.
Se trata de una amplia zona de juegos para niños, con una cafetería para que los adultos puedan charlar mientras los pequeños disfrutan y hasta una tienda con juguetes y ropa. «Siempre tuve el sueño de abrir una escuela y terminó siendo este espacio», explica Arreola, madre de dos hijos con autismo.
«Vi que mis hijos cumplían cuatro años y preferí dejar mi trabajo para poderlos ver más a menudo y de paso hacer realidad mi sueño», explica esta empresaria.
Y ya puestos, la idea era darle un toque de clase y cultura, un local con el siempre distinguido toque francés. Es parte de la influencia de su estancia en Suiza, donde residió durante cuatro años dando clases de español y estudiando francés. «Casi me caso con un suizo», confiesa entre risas, «aunque decidí regresar junto a mi familia en Chula Vista».
«Quería traer cultura a los niños», explica. «Tengo una tiendita de juguetes de Alemania, de Italia, de Francia, para que los niños aprendan un poco los idiomas, además de música, abecedarios en otras lenguas porque los niños son como esponjitas, que todo lo absorben».
Cree que eso es un gancho para las familias hispanas, «a las que les gusta mucho la educación, que sus niños tengan clases de idiomas, la cultura, la ropa de calidad y pensé que era un buen local para todo eso». Hasta sirven comida orgánica para los niños.
De momento ha sido un éxito, un local de 600 metros cuadrados que echó a andar el pasado mes de octubre y que después de mucho trabajo es una realidad. «Me llevó casi un año abrirlo por los permisos y otros obstáculos. Eran dos bodegas vacías y tuve que construirlo todo desde cero, desde los baños hasta todo lo demás».
Ahora está abierto todo los días de la semana, con opción de hacer una fiesta privada el fin de semana con capacidad para 130 personas. Y en el segundo piso tiene clases de yoga y pilates para los padres, un centro de recreo que ha supuesto una pequeña revolución en Chula Vista, con la esperanza de que se convierta en una zona de peregrinaje permanente.
«Le puse todos los ahorros de mi vida para poder hacer mi sueño realidad. Uno se esfuerza para hacer algo mejor, para luchar y salir adelante en esta economía. Y gracias a Dios la comunidad está respondiendo», explica esta emprendedora.