Su sabor diferente por el azúcar de caña, y el venderse en una botella de cristal, está ayudando a disparar la ventas en EEUU, pese a que Coca-Cola asegura que no hay diferencia al paladar.
Se trata del azúcar de caña que contiene el refresco mexicano, un factor que hace que sea más dulce y digestivo a la vez, frente al sirope de maíz que usan en Atlanta para la llamada Coca-Cola original. Y eso pese a que desde la sede central de la multimillonaria compañía aseguran que no existe diferencia alguna.
“Creo que la diferencia de sabor es obvia”, asegura González. “A mí igual me gusta la de acá, pero sí que se nota el toque mexicano al hacerla una bebida mucho más natural”.
Ese término, “natural”, es el que usan en algunos blogs de cocina y en páginas sociales como Facebook o Twitter para describir el nuevo fenómeno, que comenzó en 2005 cuando una embotelladora texana decidió hacer el experimento de importarla desde México para ver cómo funcionaba en un estado con amplia presencia de inmigrantes.
Los números resultaron contundentes, como era de esperar, y ahora se puede encontrar de costa a costa en centros comerciales, tiendas de abastos en zonas hispanas o en grandes cadenas como Costco, donde compite en precio con otras bebidas gaseosas.
“Cuando compran Coca-Cola de México, los hispanos están comprando un poco de nostalgia. Es como llevarse un pedazo de su casa”, asegura al Daily Finance, Greg Galvez, vicepresidente de Coca-cola Norteamérica. “Parte de ese sentimiento puede que tenga que ver con el hecho de que es importada y con un envase diferente”.
La botella es precisamente lo que muchos señalan como la clave del éxito de un producto que después de Texas llegó a California, Florida, Georgia y gran parte de los estados sureños del país. De acuerdo a expertos del sector, aún hay millones de clientes potenciales que no han probado el producto, por lo que calculan que puede transcurrir una década hasta que la bebida alcance todo su potencial.
Creen que se venderá muy bien pese a que en algunos casos el precio es hasta el doble que el de una lata tradicional. “Merece la pena”, dice González con una en la mano.
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